Conozco una chica que vende libros. Pongamos que su nombre es Celia. Ella me jura, con cara solemne, que Jesús está enterrado en no sé que país del Asia. O que cierta vez visitó Cabo Cañaveral y vio el lugar donde filmaron a los astronautas en el falso
alunizaje. La detesto por sus creencias que no creen en lo obvio: que Jesús no está enterrado ni allá ni acá. Que fuimos a la Luna. La detesto y sin embargo cada vez que dice cosas así, a mí se me ocurre un cuento. Porque es un tipo de incredulidad ingenua. Inocente. ¿Se entiende? No es lo mismo un intelectual cínico,
jodido, que dice no creer en la política porque
bla bla bla. No, esta señorita nos asegura haber penetrado en los grandes secretos mejor guardados de la religión y la ciencia
occidentales y después sigue tomando mate, tan campante.