24.10.10

El dueño del colegio

La frase más repugnante que oí en mi vida de escritor-visitante-de escuelas, fue cuando en un colegio del oeste un señor de edad mediana, tirando a joven, se presentó diciendo: "Soy el dueño del colegio". Quizá no pueda justificar el repudio que me merece tal frase. Quizá soy un defensor de la educación pública, pero va más allá. Es esencial. Puedo tolerar que me digan: "Soy el dueño de tu club de fútbol"; "Soy el dueño de tu novia"; "Soy el dueño de tu iglesia". Pero no se metan con la educación, manga de hijos de puta. Entonces propongo este, mi futuro blog, para nombrar a todas las frases que odio.

17.10.10

Los incrédulos ingenuos

Conozco una chica que vende libros. Pongamos que su nombre es Celia. Ella me jura, con cara solemne, que Jesús está enterrado en no sé que país del Asia. O que cierta vez visitó Cabo Cañaveral y vio el lugar donde filmaron a los astronautas en el falso alunizaje. La detesto por sus creencias que no creen en lo obvio: que Jesús no está enterrado ni allá ni acá. Que fuimos a la Luna. La detesto y sin embargo cada vez que dice cosas así, a mí se me ocurre un cuento. Porque es un tipo de incredulidad ingenua. Inocente. ¿Se entiende? No es lo mismo un intelectual cínico, jodido, que dice no creer en la política porque bla bla bla. No, esta señorita nos asegura haber penetrado en los grandes secretos mejor guardados de la religión y la ciencia occidentales y después sigue tomando mate, tan campante.

4.10.10

Destrucción mutua garantizada

Podríamos brillar en la destrucción. Yo destruyo tu mundo y vos el mío. Seríamos Los Destructores de Mundos. Podríamos llorar con canciones tristes y hablar de los hermosos días en que aún no conocíamos nuestro lado malo. No es serio. No es necesario. No es divertido. Seamos indestructibles. Garanticemos la gentileza. Dale una oportunidad a.

Conozco una boluda en Hurlingham

Todos deberíamos conocer a una boluda en Hurlingham. O a un boludo en Budapest. A todos, les aseguro, nos conviene en algún momento de nuestras vidas conocer a una boluda o boludo porque gracias a su boludez podremos traspasarle alguna boludez propia. Ejemplo: yo le vendí, en 1988, mi kiosco fundido a un boludo. A una cuarta parte del precio en que lo compré, pero al doble de lo que realmente valía.