La plataforma de expresión de los que tienen el síndrome del Minotauro. Por un lado, no saben salir. Por otro lado, se comen a los que entran. Como buen monstruo, el destino del Minotauro es una soledad de vueltas y revueltas, de patios semejantes a otro patio y a otro. Sal, si puedes, con un poco de meditación, o de Freud o Lacan, o al menos de Carl Sagan (que es bueno para matar al provinciano que tenemos dentro), o del mismo Darwin (por ese asunto de la evolución). Querido Minotauro, los laberintos solo existen en la cabeza. ¡Arriba!